Cartas desde Iwo Jima

Cartas desde Iwo Jima

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  • Titulo original: Letters from Iwo Jima
  • Dirección: Clint Eastwood
  • Género: Bélica
  • Protagonistas: Ken Watanabe - Kazunari Ninomiya
  • País: Estados Unidos Año: 2006
  • Duracion: 2h20'
  • Elenco: Shidou Nakamura - Tsuyoshi Ihara - Hiroshi Watanabe - Ryo Kase
  • Sitio oficial IMBD
  • Disponible en: VHS DVD
  • Tipo: Película
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Ficha

Resumen

Hace 60 años, el ejército norteamericano y el japonés se enfrentaban en cruenta lucha en la batalla de Iwo Jima. Décadas más tarde, cientos de cartas se encontraron bajo la tierra de la desolada isla del Pacífico. Las misivas otorgaron caras y voces a los hombres que pelearon allí, y también al hombre extraordinario que los lideró, el Teniente General Tadamichi Kuribayashi (Ken Watanabe). Unos 7.000 soldados norteamericanos perdieron la vida en Iwo Jima, al igual que más de 20.000 soldados japoneses. Las arenas negras de la isla están manchadas con su sangre.

La película constituye un díptico junto a La Conquista del Honor (Flags of our Fathers), que narra la misma batalla desde el punto de vista norteamericano. Cartas desde Iwo Jima ofrece la perspectiva japonesa del mismo capítulo de la Segunda Guerra Mundial.

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Comentario de Cartelera.com.uy

En pocas palabras...: Por su humanidad y fuerza desmitificadora, además de su rigurosa ejecución cinematográfica, se suma con honores a lo mejor de la filmografía de un gran director.

En las arenas negras de Iwo Jima – segunda parte

Hay tres o cuatro películas que vienen a la mente durante la proyección de Cartas desde Iwo Jima, la segunda parte del díptico del director Clint Eastwood sobre la batalla clave de la Segunda Guerra Mundial. La primera de ellas es El Puente sobre el Río Kwai (1957), en la que un grupo de soldados británicos recluidos en un campo de prisioneros era obligado a construir la obra del título por capricho de un comandante japonés. Claro que en Cartas desde Iwo Jima los japoneses son los soldados y no son prisioneros (al menos no del enemigo, si bien enviar forzosamente a la guerra es una forma de privar la libertad), pero al igual que los soldados británicos del clásico de David Lean, parecen estar enfrascados en una tarea sin sentido o, como reflexiona uno de los soldados, cavando su propia tumba.

Es que en esta película, en la que Eastwood ofrece la perspectiva del otro bando, la batalla por aquella pequeña isla del Pacífico parece perdida desde el comienzo. El desarrollo de los acontecimientos sólo confirmará esa sospecha para un batallón de hombres que se sabe inferior en número y en armamento. Y, como en El Puente sobre el Río Kwai, aquí también hay una lucha de voluntades entre el general Kuribayashi (excelente Ken Watanabe), enviado por el ejército a hacerse cargo de la defensa de la isla, y sus oficiales de más alto rango, quienes no terminan de entender la estrategia de su superior. En lugar de seguir cavando trincheras en la playa, Kuribayashi ordena la construcción de túneles dentro del monte Suribachi, el punto más alto de la isla que sería, a los pocos días de la invasión norteamericana, escenario del famoso izamiento de la bandera de Estados Unidos cuya fotografía se convertiría en símbolo de aquella guerra (y en motivación precisamente para la desmitificación heroica que hace Eastwood en La Conquista del Honor).

Otra película cuyas imágenes vienen a la mente es La Delgada Línea Roja (1998), fascinante exploración de Terrence Malick sobre la insania de la guerra, donde la poesía visual y las voces en off reflexivas de los soldados norteamericanos contrastaban de manera brillante contra escenas de locura, salvajismo, horror y muerte. Desde su estilo más clásico, que muchos comparan no sin razón con el de John Ford (uno de los grandes maestros del cine de Hollywood), Eastwood propone algo similar y complementario al mismo tiempo: el rol individual en un conflicto colectivo decidido por gobernantes que mandan a miles de hombres a morir por una causa que no terminan de sentir como propia, más allá del vago concepto de nacionalismo que choca ruidosamente con actitudes necias y hasta suicidas de quienes están al mando (en la cinta de Malick era el coronel interpretado por Nick Nolte; en Cartas son el oficial que ordena a su pelotón suicidarse “con honor” o el que está a punto de decapitar a dos soldados de menor rango por no haber cumplido aquella orden). El guión de Iris Yamashita (sobre una idea propia y de Paul Haggis inspirada en cartas de soldados japoneses desenterradas en las arenas de Iwo Jima) explora y contrasta la mentalidad de un hombre común (el panadero que sólo añora regresar a su hogar, donde le esperan una esposa y un bebé al que no ha visto nacer) con la del general y estratega que se sabe condenado al fracaso pero que igual arenga a sus hombres “por un día más de vida para nuestros hijos”.

También es imposible no pensar en La Caída (2004), la película alemana de Oliver Hirschbiegel sobre los últimos días de resistencia de Hitler. Aquí también hay un régimen que se desmorona y que se niega a darse por vencido, y si bien los japoneses de Iwo Jima no alcanzan los grados de demencia del séquito nazi de La Caída, hay algunos momentos de verdadera claustrofobia y caos que potencian la angustia de los personajes. Los túneles cavados en el interior del Suribachi se transforman así en el equivalente japonés del búnker berlinés donde Hitler se quitó la vida antes de caer en manos del enemigo.

Pero fundamentalmente, la película que uno tiene presente todo el tiempo es La Conquista del Honor, prima hermana de Cartas desde Iwo Jima, con la que ésta dialoga permanentemente. Si hasta por momentos parece que estuviéramos viendo las mismas escenas, solo que desde el punto de vista del enemigo que en aquella primera película se mantenía oculto, casi invisible. Sin embargo, La Conquista... tenía lugar más que nada en Estados Unidos, donde se gestaba la manipuladora y perversa construcción de unos “héroes” con fines propagandísticos, siendo la guerra un recuerdo traumático y todavía reciente en la memoria de sus protagonistas. Aquí, en cambio, la guerra es el escenario principal, y apenas hay unos flashbacks que revelan algunos aspectos de la vida anterior de los personajes (y que no agregan demasiado, a decir verdad, a lo que ya se informó en palabras). Y aunque hay algunas escenas de combate, Cartas desde Iwo Jima no es necesariamente una película sobre el enfrentamiento de dos bandos, sino más bien la exploración de cómo repercuten en el accionar de un puñado de hombres, cuando ya se saben derrotados, conceptos como el honor, la camaradería y el patriotismo.

Personalmente considero que a la película le cuesta empezar, y hay algunos momentos que parecen poco interesantes más allá del excelente desempeño del elenco (en particular de Watanabe y el soldado/panadero que encarna Kazunari Ninomiya). Pero poco a poco la narración va adquiriendo fuerza dramática y cierta emotividad contenida, como si Eastwood se cuidara de conmover demasiado al mismo espectador al que hizo llorar con Los Puentes de Madison o Million Dollar Baby. Quizá por eso la película parece un tanto más fría que su antecesora directa... ¿O será que estamos tan absorbidos por la cultura norteamericana que nos cuesta despegarnos de la imagen del japonés como “malo” de la Segunda Guerra? Después de todo sus rasgos no se parecen tanto a los nuestros y hablan un idioma que no entendemos... Sin embargo, Eastwood deja en claro (en ambas películas) que en una guerra no hay necesariamente “buenos” y “malos” sino, sobre todo, hombres con historias personales muriendo y matando a cada lado de la línea de fuego. Y que estadounidenses y japoneses no son tan distintos después de todo, como deja en claro la lectura de esa carta escrita en inglés por un soldado norteamericano pero que bien podría haber escrito un combatiente enemigo.

Pero más allá de su valor como pieza que desmitifica un episodio histórico significativo, al asumir la perspectiva del enemigo Cartas desde Iwo Jima adquiere una significación mayor a la luz de la nueva guerra que Estados Unidos está librando (y perdiendo) en Medio Oriente, y a la cual se aferra sin la menor intención de darse por vencido, como hicieran los japoneses más de 60 años atrás.


Por Enrique Buchichio para Cartelera.com.uy

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