La Pasión de Cristo

La Pasión de Cristo

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Presentado por
  • Titulo original: The Passion of the Christ
  • Dirección: Mel Gibson
  • Género: Drama histórico
  • Protagonistas: Jim Caviezel - Monica Bellucci
  • País: Estados Unidos Año: 2004
  • Duracion: 2h07'
  • Elenco: Maia Morgenstern - Mattia Sbragia - Sergio Rubini
  • IMBD
  • Disponible en: VHS DVD
  • Tipo: Película
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Ficha

Resumen

La Pasión de Cristo narra las últimas doce horas de la vida de Jesús de Nazaret. La película empieza en el Jardín de los Olivos (Getsemaní) donde Jesús (Jim Caviezel) ha ido a rezar después de la Última Cena. Jesús se resiste ante las tentaciones de Satanás. Traicionado por Judas Iscariote (Luca Lionello), Jesús es arrestado y llevado dentro de las murallas de la ciudad de Jerusalén, donde los líderes de los Fariseos lo confrontan con acusaciones de blasfemia y su juicio termina en una condena a muerte... El guión fue adaptado por Mel Gibson y Benedict Fitzgerald de una narración compuesta de La Pasión, integrada por los Cuatro Evangelios Bíblicos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. En un extremo de fidelidad histórica el guión fue traducido al arameo y al latín, idiomas originales en que está hablada la película.

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Comentario de Cartelera.com.uy

La pasión de Gibson

Lo que pasa cuando una película es tan polémica es que todo el mundo quiere tener una opinión al respecto, y eso no está mal. El problema es cuando de las opiniones divergentes pasamos a las acusaciones extremas, y cuando cualquier cosa que se diga u ocurra en torno a la película en cuestión se convierte en noticia. Todo ese ruido no hace más que ampliar la sonrisa del departamento de marketing de la distribuidora, y de llenar las cuentas bancarias de los productores (siendo Mel Gibson el principal de ellos). Después de todo, La Pasión de Cristo es una película y como tal tiene que venderse, y para ello sirve tanto un buen trailer (que lo tiene) como la noticia de que a un sacerdote en Brasil se le paró el corazón mientras la miraba en un cine.

Pero más allá del negocio, que tiene que existir para que se sigan haciendo películas, acá hay –como pocas veces- un director con algo para decir sobre algo en lo que cree fervorosamente. O, como les gusta decir a muchos, “un mensaje” que transmitir. Y ese mensaje es bastante obvio: las palabras de Cristo siguen siendo vigentes dos mil años después. Lo que importa acá es la manera como Gibson transmite ese mensaje. Considerando que, a lo largo de una película de 127 minutos, el cuerpo de Cristo es golpeado, escupido, azotado, rasgado y desollado durante más o menos 100 de esos minutos, está claro que Gibson quiso concentrarse en su padecimiento y en su sacrificio. Quiso que los humanos sintiéramos prácticamente en carne propia lo que Jesús tuvo que padecer antes de morir en la cruz por todos nuestros pecados. Y cómo, a pesar de eso, fue capaz de pedir perdón a Dios para sus castigadores y asesinos.
Se trata, en definitiva, de un claro mensaje de misericordia y amor por el prójimo pero también de un cuestionamiento a la humanidad, como lo demuestra ese plano en que María, en posición de Piedad, mira fijo a la cámara (o sea, a nosotros) como haciéndonos co-responsables de la crucifixión de su hijo.

Gibson alcanzó su objetivo si lo que pretendía era impresionarnos gráficamente con la tortura de Cristo, de la misma manera que una película porno intenta excitar a su público mediante la exhibición de cuerpos desnudos y sexo explícito, o que una película de terror gore busca perturbar a sus espectadores mediante litros de sangre y cuchillas filosas penetrando en la carne. El objetivo puede ser diferente –convengamos en que las reflexiones que podamos hacer en un caso o en otro son muy distintas- pero los mecanismos para llegar a él son prácticamente los mismos: cuanto más se muestre, mejor.

Dudo que La Pasión de Cristo sea la película más violenta que se haya filmado. Ciertamente es una prueba de resistencia para el espectador, una prueba que algunos no aguantan (sin llegar al extremo del sacerdote brasileño, varias personas abandonaron la sala a mitad de la película, algunas de ellas secándose las lágrimas). Pero tiendo a pensar que una película es más o menos violenta según el grado de perturbación que es capaz de provocar en el público. Por mencionar un ejemplo reciente, Irreversible, de Gaspar Noé, es quizá mucho más violenta porque está filmada de manera violenta; quiere decir que la cámara y los recursos narrativos se ponen al servicio de la violencia y la complementan para provocar una reacción en el espectador: lo que impacta no es sólo lo que se ve sino cómo lo vemos.
Mel Gibson, en cambio, filma su película con el preciosismo de una buena pieza publicitaria. Después de todo tiene un “mensaje” que vender, y para ello tiene que hacer lucir el horror de la Pasión como, en definitiva, un acto digno de ser contemplado.

De acuerdo, es el comercial más sangriento de la historia, pero en definitiva hay que darle la razón a quienes comparan esta obra con las propagandas nazis de Leni Riefenstahl; mientras la directora alemana ensalzaba y glorificaba la figura de Adolf Hitler en El Triunfo de la Voluntad (1934) y la de los deportistas alemanes en Olympia (1936), Gibson hace lo mismo con su Cristo. No hay que horrorizarse por la comparación; lo mismo hacían John Ford con John Wayne o John G. Avildsen con su Rocky (1976). Se trata de dibujar al héroe.

El problema es que, como en toda publicidad o propaganda, hay que sintetizar el mensaje y no ser demasiado profundo. A diferencia de propuestas mucho más interesantes como La última tentación de Cristo (1988), de Martin Scorsese, la de Gibson no ahonda en el personaje de Cristo ni en sus enseñanzas (hay sólo un par de flashbacks en los que se describe su pasado y el contenido de su discurso, y ninguno de ellos agrega nada nuevo a lo ya conocido). Acá se trata de apiadarse de él, de seguir sus pasos desde el Jardín de los Olivos hasta Gólgota, donde es crucificado. Y para ello Gibson se arma de recursos más bien trillados como la casi grotesca insistencia en la tortura física, las cámaras lentas que intentan dramatizar mediante el efecto (no tanto el contenido), el rostro lloroso de María siguiendo a su hijo, y la caricatura de varios personajes.

Éste es uno de sus mayores problemas. Por momentos, la representación de algunos personajes secundarios parece digna de una parodia de Mel Brooks. Ver si no la brutalidad desaforada de los guardias romanos, la estupidez bobalicona de Barrabás, el amaneramiento absurdo de Herodes y su séquito, el androginismo de la figura diabólica que intenta tentar a Cristo. Incluso la dolorosa devoción con que María y María Magdalena siguen a Jesús hasta su muerte, sin llegar al extremo de caricaturizarlas, no posee la suficiente dimensión humana. Son más bien símbolos que están allí para cumplir un rol litúrgico, como lo está el flashback en que Jesús ofrece su mano a Magdalena para levantarla del suelo, donde está siendo apedreada por la muchedumbre (por si alguien no lo sabía, Jesús defendía a los marginados y desposeídos) o ese en que María corre a levantar a su hijito del suelo porque, después de todo, la Virgen será Virgen pero también es madre.

Y semejante valor simbólico, sumado a la grandilocuencia visual y sonora (la música de John Debney está buena pero está demasiado presente), resiente sobremanera la fuerza dramática que debió haber tenido. Prácticamente uno no logra conmoverse en toda la película, porque de alguna manera faltó a la cita la dimensión humana de sus personajes. Claro, es difícil no conmoverse un poco cuando a un hombre lo azotan hasta dejar su carne a la vista, pero llega un momento en que la conmoción deja paso al rechazo o, peor aún, a la admiración con que los artistas de maquillaje lograron esas heridas en el cuerpo del actor (lo que se asemeja mucho a la indiferencia).

Claro está que cada espectador va a padecer (volviendo al término que da título al film) la experiencia desde su sensibilidad, su punto de vista y su fe. Y a partir de eso algunos dirán que es antisemita y otros que no; algunos rechazarán su exceso de violencia y otros opinarán que es necesario para comprender la magnitud del sacrificio de Cristo. Y cada opinión será válida en la medida en que se atenga estrictamente a lo que se ve en la pantalla. Quiero decir con esto que las acusaciones de antisemitismo tienen más que ver con datos externos a la película; se sabe que Gibson pertenece a una rama ultra conservadora de la Iglesia Católica que niega el Concilio Vaticano II (el cual deploró “todas las acciones de odio, persecuciones, y demostraciones de antisemitismo”), y que su padre es un conocido negador del holocausto judío. Pero nada de eso se lee en la película. Y en definitiva juzgarla por ello equivaldría a juzgar negativamente, por ejemplo, Nido de Ratas (1954) porque su director Elia Kazan delató a colegas sospechosos de comunismo durante el mccarthysmo; Kazan fue un traidor que nunca se arrepintió de lo que hizo, pero Nido de Ratas sigue siendo una gran película.

Decir que los sacerdotes judíos condenaron a Cristo (judío él mismo) es atenerse a lo que dicen las escrituras bíblicas; sólo puede ser visto como antisemitismo por alguien a quien así le convenga ya sea por razones políticas o religiosas (a veces se confunden). Y en definitiva Gibson no culpa al pueblo judío por la muerte de Cristo, sino en todo caso a sus autoridades religiosas. Quienes quieren condenarle poseen más razones políticas que teológicas, pero durante la película hay varios pobladores judíos que se apiadan de él: Simón lo ayuda a cargar la cruz, Verónica limpia su sangre, y varios vecinos de Jerusalén piden por su vida a su paso. Afirmar entonces que porque Caifás y los suyos lo querían muerto la culpa es del judaísmo –incluso dos mil años después- es como decir que todo el pueblo judío es responsable de las atrocidades cometidas por el gobierno de Ariel Sharon contra la población civil palestina.

Al final, cada uno verá en La Pasión de Cristo lo que pueda o quiera ver. Para mí, además de un extraordinario logro visual por parte del fotógrafo Caleb Deschanel, es un recordatorio de que la historia de la humanidad es más una historia de destrucción que de construcción, que el hombre siempre ha encontrado excusas para matar al hombre, que el poder es un arma muy peligrosa en manos de las personas equivocadas. Y que dos mil años después de la muerte injusta de un ser humano que hizo historia, ya fuera éste profeta, loco o revolucionario, la humanidad todavía no ha aprendido nada.


Por Enrique Buchichio para Cartelera.com.uy

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