XXY

XXY

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Presentado por
  • Titulo original: XXY
  • Dirección: Lucía Puenzo
  • Género: Drama
  • Protagonistas: Ricardo Darín - Valeria Bertuccelli
  • País: Argentina-España-Francia Año: 2007
  • Duracion: 86'
  • Elenco: Inés Efrón - Germán Palacios - Martín Piroyansky - Carolina Peleritti
  • IMBD
  • Tipo: Película
Presentado por

Ficha

Resumen

Alex (Inés Efron) es una adolescente de 15 años que esconde un secreto: nació con un diagnóstico de intersexualidad, o lo que comunmente se denomina hermafroditismo. Desde entonces vive con sus padres en una cabaña aislada en las afueras de Piriápolis. Ahora, cuando está en plena pubertad, una pareja de amigos llega desde Buenos Aires con su hijo adolescente (Martín Piroyansky). La inevitable atracción entre ambos hace que todos se enfrenten a lo que más temían.

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Comentario de Cartelera.com.uy

En pocas palabras…: Un drama intimista y sutil, alejado de cualquier explotación morbosa, sobre un tema poco transitado por el cine. Una película condenada a chocar con los prejuicios y preconceptos de cierta parte del público; para los demás, una mirada interesante sobre la sexualidad y la identidad de género.

Los hijos perfectos

XXY (título que juega con la combinación de los cromosomas que determinan el sexo de las personas) es el debut en la dirección de Lucía Puenzo, hija del realizador argentino Luis Puenzo, ganador del Oscar en 1986 por La Historia Oficial. Nacida en 1973, Lucía ya contaba con una considerable experiencia como guionista para televisión y cine (colaboró con su padre en el guión de La Puta y la Ballena, de 2004) cuando emprendió la adaptación de un cuento titulado "Cinismo", escrito por su pareja Sergio Bizzio.

El primer atractivo de la película (ganadora del Gran Premio de la Semana de la Crítica en el Festival de Cannes) es acercarse a un aspecto de la sexualidad poco o casi nada transitado por el cine como es el de la intersexualidad, más popularmente conocido como hermafroditismo (a partir del mito griego de Hermafrodito). En otras palabras, la convivencia en un mismo individuo de características sexuales masculinas y femeninas, en grados variables. Son casos muy poco frecuentes, pero se calcula que alrededor de uno de cada cien nacimientos exhibe alguna anomalía en la diferenciación sexual, y que alrededor de uno de cada dos mil es suficientemente diferente como para plantearse la clásica pregunta: “¿es nene o nena?”. Lo que nos lleva a considerar esa porfiada necesidad que tiene el ser humano de catalogarse permanentemente. En un interesantísimo artículo sobre el activismo político intersexual, fechado en 1998, Cheryl Chase escribe:

“La insistencia en dos sexos claramente discernibles tiene desastrosas consecuencias personales para los muchos individuos que llegan al mundo con una anatomía sexual que no puede ser fácilmente identificada como de varón o de mujer. (…) Desde comienzos de la década de los sesenta prácticamente cada gran ciudad de Estados Unidos ha tenido un hospital con un equipo permanente de expertos médicos que intervienen en estos casos para asignar —a través de drásticos medios quirúrgicos— un status de varón o de mujer a los bebés intersexuales. El hecho de que este sistema que preserva las fronteras de las categorías de varón y de mujer haya existido durante tanto tiempo sin despertar críticas ni escrutinio desde ningún flanco indica la incomodidad extrema que despierta la ambigüedad sexual en nuestra cultura. Las cirugías genitales pediátricas convierten en literal lo que de otra forma podría ser considerado un ejercicio teórico: el intento de producción de cuerpos sexuados y sujetos generizados normativamente a través de actos constitutivos de violencia.”

Lo que dice Cheryl Chase es más o menos lo que plantea Lucía Puenzo en su película: el problema de la intersexualidad no es la condición en sí misma sino lo que hace la sociedad con ella. Que es más o menos lo que sucede con cualquier condición, orientación u opción sexual que se aparte de la norma, de “lo que debe ser”, de lo socialmente aceptado, llámesele gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, travestis o intersexuales. Pero tal vez (y digo sólo tal vez) el caso más cruel sea precisamente el de estos últimos, porque su intersexualidad es innata, como nacer con el pelo rubio, con un dedo de más o con una mancha en la cara (diferenciar qué es normal y qué no dentro de estas posibilidades corre por cuenta de cada uno).

Quizá por eso los padres de Alex en la película (dos excelentes labores de Ricardo Darín y Valeria Bertuccelli) prefirieron alejarse de su entorno, refugiarse en la considerable tranquilidad de Piriápolis, y postergar la decisión sobre una eventual intervención quirúrgica que los obligara a decidir si Alex tenía que ser varón o mujer. “¿Y si no hay nada que decidir?”, pregunta Alex (una muy bien elegida Inés Efron) en uno de los momentos más significativos de la película. Después de todo, él/ella ya era “perfecta” el día de su nacimiento, según su padre; ¿por qué someterla a una amputación ahora que es adolescente y lo “normal”, al menos para Alex, es ser ni más ni menos que como es? El concepto de “normalidad” se ve desafiado, a su vez, a través del personaje de Álvaro (Martín Piroyansky), el hijo “normal” de la pareja que llega de visita desde Buenos Aires con intenciones no del todo amigables (el padre de Álvaro es un cirujano especializado en deformaciones que tiene un interés quirúrgico en el caso de Alex). El vínculo entre ambos chicos tendrá derivaciones que pondrán a prueba los preconceptos sobre género y sexualidad no sólo de los personajes en la ficción, sino sobre todo de los espectadores de este lado de la pantalla.

Porque quizás lo más interesante de XXY –aparte de su tema- son las reacciones que provoca entre el público. En la función del viernes 5 de octubre a las 23:50 en MovieCenter, donde habríamos unas 30 personas, varios espectadores –todos ellos adultos- no pudieron controlar su incomodidad y se comportaron como adolescentes inquietos, manifestando en voz alta su rechazo hacia un personaje (el de Alex) y hacia una serie de situaciones dramáticas (a veces mediante una risa desubicada) que obviamente superaban (no positivamente, en este caso) cualquier expectativa respecto a lo que creían que habían pagado para ver. Más allá de lo que este comportamiento refleja sobre la convivencia dentro de una sala de cine, confirma lo que películas sobre sexualidades diferentes (véase las diferentes reacciones del público frente a Brokeback Mountain, por ejemplo) provoca en un público diverso no acostumbrado a historias donde los personajes se comportan (sobre todo sexualmente) de manera poco ortodoxa. La incomprensión, el rechazo, y a veces la simple atracción culposa produce reacciones que van desde la simple burla discriminatoria al más llano odio hacia el otro (homofobia, transfobia y todas las demás variantes). Lo que uno se pregunta es si esta gente va a ver estas películas ignorando por completo de qué se tratan o atraídas por cierta curiosidad morbosa, en cuyo caso sería mucho más aconsejable que la vieran en su casa cuando salga en video.

La película tiene las mejores intenciones, y es muy claro el punto de vista y hasta la posición de su directora sobre el conflicto de sus personajes centrales. Pero aunque es encomiable el esfuerzo que hace el guión por mantener cierta sutileza y evitar la exposición obvia, lo cierto es que para un espectador que desconoce el tema se demora mucho en evidenciar cuál es el drama de Alex, y por lo tanto no se entiende hasta bastante entrada la película por qué el personaje se comporta como lo hace. Por otro lado, y a diferencia de un tratamiento por lo general sobrio y alejado de todo sensacionalismo, me parece que algunas situaciones son planteadas de manera un poco cruda, a veces sin la suficiente convicción dramática, y me temo que esto aumenta el rechazo que parte del público pueda sentir hacia una temática que le es ajena o hacia unos personajes con los cuales no tiene, en principio, por qué sentirse identificado.

Es claro que una película no tiene por qué hacerse cargo de los prejuicios de sus potenciales espectadores, pero me pregunto si no hubiera sido mucho más interesante que XXY hubiese podido llegar incluso a conmover a espectadores como esos, como forma de sensibilizar un poco sobre una temática más bien desconocida, en lugar de levantar (por más inconscientemente que haya sido) una muralla infranqueable entre sus personajes y parte del público. De todos modos, y más allá de prejuicios y preconceptos individuales, resulta una mirada por demás interesante sobre la sexualidad y la identidad de género.


Por Enrique Buchichio para Cartelera.com.uy

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