Petróleo sangriento

Petróleo sangriento

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  • Titulo original: There will be blood
  • Dirección: Paul Thomas Anderson
  • Género: Drama
  • Protagonistas: Daniel Day-Lewis - Paul Dano
  • País: Estados Unidos Año: 2007
  • Duracion: 2h38'
  • Elenco: Ciarán Hinds - Kevin J. O’Connor - Dillon Freasier
  • IMBD
  • Disponible en: DVD
  • Tipo: Película
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Ficha

Resumen

Inspirada en una novela de Upton Sinclair, There Will Be Blood es una historia de características épicas ambientada en la frontera de California durante el boom petrolero del cambio de siglo (del XIX al XX). Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis, ganador del Oscar al mejor actor) se transforma a sí mismo de obrero en una mina de plata a magnate petrolero, y ambicionando nuevas fuentes de riqueza se traslada junto a su pequeño hijo hacia el polvoriento Little Boston, donde entra en conflicto con un joven predicador llamado Eli Sunday (Paul Dano).

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Comentario de Cartelera.com.uy

En pocas palabras…: Una obra mayor sobre codicia y fanatismo religioso, y el retrato de una personalidad oscura y fascinante compuesta con maestría por Daniel Day-Lewis. Confirma la madurez de Paul Thomas Anderson, el notable director de Boogie Nights y Magnolia.

El yacimiento de una nación

“No debería existir entre los ciudadanos ni pobreza extrema ni riqueza excesiva, puesto que ambas producen una gran maldad.” Platón

“Controla el petróleo y controlarás naciones.” Henry Kissinger

Fade in. La cámara exhibe las áridas colinas de California, mientras los primeros acordes de la música de Jonny Greenwood (guitarrista de Radiohead) establece un tono inquietante, casi perturbador. Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) es un hombre obsesivo y solitario; trabaja solo y sin pausa picando y cavando una mina en busca de plata. Es el año 1898. Durante varios minutos no hay diálogo alguno, sólo se escucha el picar de la piedra, la respiración profunda, alguna explosión, la cavernosa humedad de la mina. Cuando Plainview cae y se rompe una pierna, ni siquiera el intenso dolor lo desalienta; el tipo se arrastra desde la profundidad de la mina, como una culebra, y así logra llegar hasta la oficina donde le pagarán por su extracción. La presentación del personaje no podría ser más contundente: nada, ningún obstáculo, se interpone entre Plainview y su primordial objetivo, el dinero.

Y dinero, en Estados Unidos, es sinónimo de petróleo, que es sinónimo de poder (como afirmó Henry Kissinger en 1970), y poder es sinónimo de riqueza, que es sinónimo de maldad (como dijo Platón hace más de 2.000 años). Paul Thomas Anderson se inspiró en la novela “¡Petróleo!”, del escritor estadounidense Upton Sinclair, que describía la explotación petrolera de comienzos del siglo XX en el sur de California desde una óptica socialista, poniendo el foco en el rol de los trabajadores de una industria incipiente que, como mandan las leyes del capitalismo, se basa en su explotación para generar riqueza. Pero P.T. Anderson no ha hecho un film político, al menos no explícitamente, si bien es imposible no pensarlo como una representación o alegoría de la sed de Estados Unidos por ese “oro negro” que sustenta toda su maquinaria, sobre todo en tiempos en que su ejército se aferra con bases militares y ocupaciones indefinidas en la región más rica en petróleo del mundo.

Pero ante todo Petróleo Sangriento es el retrato de una personalidad única, compleja, fascinante, la de un individuo de ficción que representa a muchos magnates de la vida real, desde John D. Rockefeller hasta William Randolph Hearst. Hombres individualistas, egocéntricos, paranoicos, muchos de los cuales se forjaron a sí mismos desde abajo (como Plainview) hasta llegar a una cumbre ilimitada de poder lindante con la locura (de la cual la ambición y la avaricia desmedidas son rasgos inequívocos, según la película). Uno piensa en el Charles Foster Kane de El Ciudadano (1941), otro personaje enorme con el cual Plainview se corresponde en más de un sentido.

El gran crítico norteamericano Roger Ebert, sin embargo, afirma que -a diferencia del personaje creado por Orson Welles- Plainview carece de su ‘Rosebud’. Es decir, que se trata de un hombre sin ningún tipo de conexión emocional con un pasado o un presente que le permitan valorar algo de lo que le rodea, más allá del petróleo y el dinero que éste le genera. Me permito disentir: yo creo que H.W., su pequeño hijo, es el ‘Rosebud’ de Plainview, solo que H.W. es también un accesorio en la vida de Plainview, un accesorio medianamente útil que hace a un costado cuando le estorba. La poca ternura o demostración de afecto que exhibe Plainview es en relación con este hijo, aunque no hay que olvidar que este hombre odia tarde o temprano a todos los hombres (“veo lo peor en la gente”), incluyendo a sí mismo. En su lecho de muerte, la última palabra que susurró Kane fue ‘Rosebud’; dudo que la de Plainview tenga relación con su hijo, o con algún otro ser humano.

Petróleo Sangriento, quinta película de Anderson, es un gran cuadro épico concentrado en unos pocos personajes, que describe básicamente la rivalidad entre Plainview y un joven predicador evangelista llamado Eli Sunday (excelente Paul Dano). Sunday, también un personaje fascinante por derecho propio (que recuerda al Elmer Gantry creado por otro gran escritor estadounidense, Sinclair Lewis), encarna el otro gran fanatismo –aparte del dinero- sobre el que se asienta una nación como Estados Unidos: la religión. En realidad religión y dinero siempre han ido de la mano, y ambos son sinónimos de poder, pero el enfrentamiento entre ambos fundamentalistas es inevitable porque, verán, para Plainview no hay otro dios que no sea el petróleo, y cualquiera que venga a hablarle de otro tipo de devoción o que pretenda meterse con sus intereses será un enemigo a muerte. Y, como lo anticipa el título original de la película, habrá sangre.

La sangre y el petróleo se ven emparentados en el tratamiento visual que aplican Anderson y su estupendo director de fotografía Robert Elswit. Cuando un pozo petrolero explota, en una de las secuencias más brillantes de la película, y el líquido viscoso baña por completo a Plainview, perfectamente podría estar bañado en sangre. Y más adelante, cuando un hombre yace muerto sobre un creciente charco de sangre, esta es tan oscura que bien podría ser petróleo. La narración va creciendo pausada, meticulosamente desde la primera escena, adquiriendo poco a poco la dimensión de un clásico. En la todavía corta aunque formidable obra de Anderson (Boogie Nights, Magnolia, Embriagado de Amor), Petróleo Sangriento implica un paso más hacia una madurez que lo emparenta con algunos de los mejores directores del cine norteamericano, como John Huston (en cuya El Tesoro de Sierra Madre confiesa haberse inspirado), John Ford, el propio Welles, Stanley Kubrick, Terrence Malick, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y Robert Altman, a quien está dedicada la película.

Y lo de Daniel Day-Lewis es sencillamente monumental. Cualquiera que lo haya visto en una entrevista o agradeciendo uno de los tantos premios que ha recibido, sabe que es un tipo dulce y modesto. Su composición de Daniel Plainview mete miedo (esa mirada llena de odio, esa voz carrasposa, que sería la voz del petróleo si el petróleo hablara) y está destinada a integrar esa galería de honor de grandes personajes de la historia del cine, junto al Kane de Welles, el Vito Corleone de Marlon Brando, el Travis Bickle de Robert De Niro, el Hannibal Lecter de Anthony Hopkins, o el Bill Cutting de… Daniel Day-Lewis. Precisamente a Bill “el carnicero” de Pandillas de Nueva York (2002) recuerda mucho este Daniel Plainview; ambos personajes encarnan algunos de los “valores” sobre los cuales se construyó Estados Unidos, al punto de que ambas películas bien podrían componer un díptico casi antropológico sobre las bases de la nación más poderosa del mundo.

Gane o no alguno de los ocho Oscars a los que aspira, Petróleo Sangriento es sin dudas una obra mayor. Si no es una obra maestra casi perfecta es porque, en mi opinión, los 15 o 20 minutos finales se adentran demasiado en el terreno de una demencia lógica aunque no del todo convincente. Pero quizás una película sobre la codicia, la religión y el odio al prójimo sólo podía tener un final así, tan brutal, tan delirante y tan… bíblico. Fade out.


Por Enrique Buchichio para Cartelera.com.uy

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