Kill Bill, la venganza - Volumen 1

Kill Bill, la venganza - Volumen 1

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  • Titulo original: Kill Bill - Vol. 1
  • Dirección: Quentin Tarantino
  • Género: Acción
  • Protagonistas: Uma Thurman - David Carradine
  • País: Estados Unidos-Japón Año: 2003
  • Duracion: 111'
  • Elenco: Lucy Liu - Daryl Hannah - Vivica A. Fox - Michael Madsen
  • IMBD
  • Disponible en: VHS DVD
  • Tipo: Película
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Ficha

Resumen

Después de seis años de silencio, Quentin Tarantino, tal vez la mayor revelación del cine norteamericano de los años '90 (Perros de la calle, Pulp fiction) vuelve con su cuarta y -según algunos- más impresionante y violenta película. Inspirada en parte en las películas de acción japonesas de los años '70, Kill Bill narra la historia de una asesina profesional (Uma Thurman) que, en el día de su boda, es dada por muerta por su propio jefe, Bill (David Carradine). Cinco años después ella despierta de un coma y, como se adivina, sale en busca de venganza. Su último objetivo, claro: matar a Bill.

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Comentario de Cartelera.com.uy

Orgía de sangre, humor y locura

Hay algunos nombres sin los cuales el cine estadounidense, y por qué no el cine mundial, no valdría mucho la pena: Paul Thomas Anderson, Spike Lee, Todd Haynes, Todd Solondz, Darren Aronofsky, Sam Mendes, Martin Scorsese por supuesto... Me puedo estar olvidando de alguno, pero no puedo olvidarme de Quentin Tarantino, quien ya había pasado a la historia a la altura de su segunda película (Pulp Fiction). Kill Bill probablemente no marque una época como lo hizo aquella, pero no se puede negar que es uno de los filmes más entretenidos y originales que uno pueda ver por estos tiempos.

Claro, eso siempre que en tus esquemas logres conjugar la unión de entretenimiento y sangre. Mucha sangre. Pero para Tarantino la sangre, en este caso, es un elemento estético más, no un mero derroche de violencia gráfica. La sangre, en Kill Bill (casi como lo era en su inicial y reveladora Perros de la Calle) es prácticamente una gama de rojo más en su intensa paleta de colores. Y vaya si hay colores en Kill Bill. Película que importa más por su planteo estético y su delirante puesta en escena que por su historia, que es muy simple, a decir verdad. Como se puede predecir desde el mismo título (o no), “la novia” –esa ex asesina encarnada por la rubia Uma Thurman-, tarde o temprano matará a Bill. Pero antes debe eliminar, uno a uno, a los integrantes de la banda de Bill cuyos nombres va tachando de una lista confeccionada en una hoja de cuaderno. Cada uno de esos ajustes de cuentas constituye un bloque o capítulo de este asunto.

¿Y qué quieren que les diga? No importa si la Novia se da cuenta de que han pasado cuatro años mirándose las manos o recordando todo lo que escuchó mientras estaba en coma; no importa si la historia es demasiado simple aún para Tarantino (un tipo que nunca escribió historias complicadas, simplemente las contaba de manera compleja, que es otra cosa); y no importa si se trata sólo de un asunto de venganza (¿acaso no es ese el móvil de casi todo el cine de acción?). Acá lo que importa es la fiesta visual, el sentido del humor, y el homenaje que Tarantino, el cinéfilo, rinde a mucho cine bizarro que ha consumido a lo largo de su vida. En primer lugar, al cine de artes marciales japonés, claro, pero además hay citas al spaghetti western (se incluye música de Ennio Morricone, el ya clásico compositor de Sergio Leone) y hasta el animé, el dibujo animado japonés popularizado recientemente en Occidente por Animatrix, a través de una maravillosa secuencia animada que sólo sirve para contar los antecedentes de un personaje secundario. Uno se pregunta qué necesidad tiene el espectador de conocer tan a fondo la vida de una de las villanas; sin embargo, imaginarse Kill Bill sin esa secuencia es imaginarse una película de algún modo incompleta.

Lo mismo pasa cuando se trata de pensar en qué se le fue la mano a Tarantino. ¿Era necesario hacer una película tan larga que justificase dividirla en dos partes? Yo odié que hicieran eso en las secuelas de Matrix, porque se trata de una movida claramente comercial (con el mismo presupuesto recaudan el doble en venta de entradas), y tampoco me gusta que lo hagan Harvey Weinstein y Tarantino. Pero se los puede perdonar porque: a) al menos esta primera parte es una fiesta, una orgía de sangre, humor y locura desmedida, excesiva y caprichosa, seguramente no del gusto de todos; y b) a diferencia de Matrix, como ya dije, aquí no parece sobrar nada. Cuando uno cree que una secuencia de acción, como la de la Casa de las Hojas Azules contra los 88 yakuzas, está durando demasiado, el tipo vira al blanco y negro agregando una nueva mirada sobre lo ya conocido, o la remata con una línea de diálogo increíble (“Esto te pasa por mezclarte con los yakuza. ¡Andá con tu mamá!”) que impide tomarse demasiado en serio todo lo que está pasando.

Kill Bill es un reciclaje permanente, en el que Tarantino –el cineasta posmoderno por excelencia- mete casi todo lo que ha consumido del cine popular y de bajo presupuesto. Sus fuentes de inspiración, salvo excepciones, son películas que uno probablemente jamás vería; títulos como Shogun Assassin (1972), Lady snowblood (1973) o They call her one eye (1974), que se supone era una película porno sueca, no aparecen, en primera instancia, en nuestra lista de intereses. Sin embargo Tarantino las recicla, hace Kill Bill, y allá vamos a verla. Y es pura diversión.

Su postmodernismo incluye también echar mano a actores y actrices olvidados, que forman parte de la cultura popular y, a esta altura, carecen de un estatus de estrella. Como lo hizo con John Travolta en Pulp Fiction y con Pam Grier y Robert Forster en Jackie Brown (1997), Tarantino recupera aquí al David Carradine de Kung-Fu y a la rubia Daryl Hannah (Splash, Wall Street), a quien le encaja un parche en el ojo; en ambos casos nos deja con ganas de ver más. En cualquier caso nos deja con ganas de ver más, maldito sea. Estaremos esperando.


Por Enrique Buchichio para Cartelera.com.uy

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