La Ciénaga

La Ciénaga

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  • Titulo original: La Ciénaga
  • Dirección: Lucrecia Martel
  • Género: Drama
  • Protagonistas: Graciela Borges - Mercedes Morán
  • País: Argentina-España Año: 2001
  • Duracion: 103'
  • Elenco: Martín Adjemián - Silvia Bayle - Juan Cruz Bordeu - Daniel Valenzuela
  • IMBD
  • Disponible en: MUBI
  • Tipo: Película

Ficha

Resumen

Febrero en el noroeste argentino. Sol que parte la tierra y lluvias tropicales. En una finca donde se cosechan pimientos rojos pasa el verano Mecha (Graciela Borges), una mujer cincuentona que tiene cuatro hijos y un marido que se tiñe el pelo. Pero esto es algo para olvidar rápido con un par de tragos. Aunque, como dice Tali, el alcohol entra por una puerta y no se va por la otra. Tali (Mercedes Morán) es la prima de Mecha. También tiene cuatro hijos, un marido amante de la casa, la caza y los hijos. Vive en la Ciénaga, en una casa sin pileta. Dos accidentes reunirán a estas dos familias en el campo donde tratarán de sobrevivir a un verano del demonio. Premio a la Mejor Opera Prima en el Festival de Berlín 2001.

Trailer

Comentario de Cartelera.com.uy

El ardor

 

En un foro de discusión argentino sobre La Ciénaga, en Internet, un participante se preguntaba cómo era posible que el guión de Lucrecia Martel haya ganado el concurso Sundance/NHK, si la película no tiene guión; no hace falta agregar que a esa persona no le gustó La Ciénaga. Es seguro que alguien con esa cabeza va al cine esperando que le cuenten una historia lineal, con principio, desarrollo y final claros, sin complicaciones, donde todo se diga, todo se sepa, todo se explique; donde no se oculte información ni se desconcierte al espectador, y donde cada acción tenga una reacción y una consecuencia inmediatas. Si sos una persona como esa, no vayas a ver La Ciénaga.

 

Quienes creían que el cine argentino se había renovado con Pizza, birra, faso, Mundo Grúa o Nueve Reinas, se quedaron cortos. Más allá de todo lo bueno que tienen esas tres películas –entre otras-, este primer largometraje de Martel empuja la barrera varios kilómetros más adelante, proponiendo un cine autoral distinto, desafiante, demoledor. Esta salteña de 35 años, ganadora en Berlín del premio a la mejor ópera prima, dice que escribió el guión de La Ciénaga a partir de cuatro o cinco cuadernos que llenó de escenas familiares, “diálogos que yo recordaba, que me habían parecido muy entretenidos o muy alarmantes por lo no dicho, por lo contenido”. Tomá para alguien que ganó un premio por un guión que no era tal...

 

Ese origen “de borrador” se nota: la película está construida a partir de escenas familiares que se suceden sin un hilo conductor, y cuyo principal objetivo parece ser la creación de un clima denso, agobiante, casi irrespirable. Y no es sólo a causa de ese calor del demonio; los personajes de La Ciénaga parecen empantanados en su propia mediocridad, en ese no hacer nada en que se han transformado sus vidas. Y así es para Mecha, que riega su permanente fastidio con vino tinto y siente asco de su esposo, como para Tali, que vive para sus hijos y cuando tiene la oportunidad de escaparse, aunque más no sea por un fin de semana al lado de su prima borracha, el viaje a Bolivia se cancela automáticamente por decisión (no expresada) de su marido.

 

Es en esa fulminante descripción de la desidia humana que Martel descolla como observadora: Mecha se cae sobre vidrios rotos y nadie a su alrededor se inmuta, ni ella misma; la gente pasa las horas tirada en la cama, como en una especie de hacinamiento familiar que no permite escapatoria (¿vieron que nadie sale y entra de ningún lugar, sino que siempre están “adentro” o “afuera”?); los almuerzos familiares son una suerte de pesadilla donde los hermanos se escupen y los padres forcejean por una botella de vino.

 

Y después está la inminencia del peligro, acentuada por la inconsciencia de los niños cuya mirada entre curiosa e inocente la película adopta más de una vez; en un ambiente donde lo primero que se les enseña a los chicos es a cazar en el monte y donde una madre no puede atender todo el tiempo a sus cuatro hijos, es indudable que algo va a pasar. Durante toda la película, uno espera que algo realmente jodido ocurra de un momento a otro; ya hay un chico con un ojo menos, y todos los otros tienen rasguños y cicatrices por todos lados. La curiosidad, ya sea en medio del monte o del otro lado de la medianera, puede ser una trampa mortal. Como una ciénaga lo puede ser para una vaca.

 

Y parte de esa inquietud proviene del sonido; hacía tiempo que no escuchaba una banda sonora tan trabajada, donde la ausencia de música incidental deja paso a una sinfonía de ruidos casi constante: los truenos sobre los cerros, el golpeteo insistente del hielo dentro de los vasos de vino (esos hielitos, esos vacitos, ese vinito), la lluvia torrencial, las voces de las niñas frente al ventilador, los ladridos de los perros del otro lado del muro, los disparos que resuenan en el monte, las cosas que se caen, las bombitas que estallan.

 

La Ciénaga es una película en la que los sonidos adquieren tanta relevancia como los diálogos, o a veces más. Porque los diálogos aquí existen, y hasta hay varias frases de antología (“¡no lo mires, no lo mires que tiene el pelo teñido!”, por ejemplo) pero lo más contundente nunca se dice ni se muestra. Como la compra de ese frigobar para el dormitorio, que se anuncia por televisión y luego aparece allí, en el cuarto donde Mecha se encamina a repetir los últimos años de su madre.

 

Películas como ésta, donde por momentos parece que se hablan incoherencias y donde no salta a la vista una historia central, suelen ser tildadas de “improvisadas”. Me juego a que Martel no dejó nada librado al azar; la seguridad con que ejecuta cada cuadro, y con que planifica la puesta en escena dentro de cada plano, revelan una madurez inusual para una directora debutante. Y si algo no hay en esas actuaciones brillantes (la de Borges, la de Morán, la de todos los chicos) es improvisación; todo lo que se dice y se hace, aún en su aparente banalidad, está lleno de significado. Lo mismo sucede con esa estructura circular, tan notable como precisa en su conclusión: al principio, los viejos arrastran las reposeras en torno a la piscina estancada y sucia –aún en pleno verano-; al final, las chicas harán lo mismo. Una vez más, todo parece condenado a repetirse.


Por Enrique Buchichio para Cartelera.com.uy

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