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Resumen

Irán, 2001. Una periodista de Teherán (Zar Amir-Ebrahimi, mejor actriz en Cannes 2022) se adentra en los barrios con peor reputación de la ciudad santa de Mashhad para investigar una serie de femicidios. Pronto se dará cuenta de que las autoridades locales no tienen ningún apuro por resolver el asunto. Los crímenes son obra de un solo hombre, conocido como el “asesino de arañas”, que asegura purificar a la ciudad de sus pecados atacando a prostitutas durante la noche.

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Comentario de Cartelera.com.uy

En el nombre de Dios

En mayo de 2022 esta película impactó en el Festival de Cannes, cuyo jurado finalmente le otorgó el premio a la mejor actriz a su co-protagonista femenina, Zar Amir-Ebrahimi. Se trató probablemente de un posicionamiento político (más allá de sus indiscutibles méritos interpretativos) con la intención de reivindicar el rol de la mujer en una sociedad retrógrada y misógina como la iraní, que unos pocos meses después se sumiría en su mayor crisis social en años, al estallar las protestas masivas (y también la brutal represión) tras la muerte de la joven Mahsa Amini, luego de ser detenida por la "policía de la moral" por supuesta violación del código de vestimenta.

Es todo tan absurdo respecto a Irán (y a otros países islámicos conservadores como Afganistán) en todo lo que tiene que ver con la situación de la mujer, de la diversidad sexual y de los derechos humanos en general que pareciera que habláramos de un mundo distópico ficcional como el propuesto por Margaret Atwood en El cuento de la criada. Pero no, se trata de este mismo mundo en que vivimos, en pleno 2023. Y eso es quizás lo más aterrador de Holy Spider, que describe una realidad en la que viven millones de personas hoy mismo. La historia está basada en hechos reales ocurridos entre 2000 y 2001, pero su contexto social, político, judicial y religioso sigue siendo prácticamente el mismo, y en muchos aspectos incluso ha empeorado.

La película confirma el enorme talento del director Ali Abbasi (Border/Frontera), nacido en Teherán en 1981 aunque radicado y nacionalizado en Dinamarca, donde estudió cine. Su gran pulso como narrador es evidente ya en los primeros minutos, en que describe de manera concisa y contundente el estado de vulnerabilidad en que vive una mujer que no tiene otra opción que ejercer la prostitución en un país como Irán, concretamente en "la ciudad santa de Mashhad", cuyo nombre significa "lugar donde está enterrado el Mártir", nada menos. Con la misma contundencia describirá a cada una de las víctimas que conoceremos - incluso durante escasos minutos - de ese "asesino de arañas", como se le conoce al homicida que tiene "en vilo" a las autoridades.

En realidad, quedará claro que no parece haber demasiado afán de las autoridades por atraparlo, como lo constatará la periodista recién llegada de la capital a investigar el caso. Y es a través de ella que entenderemos, aún en los más mínimos aspectos, qué significa ser mujer en una sociedad fundamentalista como la de Irán. Desde algo tan banal como alquilar una habitación de hotel en soledad, sin un marido al lado, a algo un poco más complejo como la mancha de haber tenido que dejar un trabajo tras una situación de acoso por parte de un jefe (algo que según la versión oficial y los rumores nunca ocurrió, más bien todo lo contrario). Y por supuesto las miradas de los hombres en la calle, las miradas que acechan a las mujeres y que podrían ser perfectamente de lascivia o de condena. O las dos al mismo tiempo.

Otro gran acierto del director es revelar bastante pronto la identidad del asesino. Esta no es una película de suspenso en el sentido clásico, como Zodíaco (a la que remite en más de un aspecto), donde el interés está en saber al final quién mata y por qué. De hecho, el relato está narrado desde dos puntos de vista simultáneos: el de la periodista Rahimi (Zar Amir-Ebrahimi) y el del homicida Saeed (Mehdi Bajestani). El guion - del propio Abbasi junto a Afshin Kamran Bahrami - dedica quizás más minutos a seguir el día a día de este hombre, que es al mismo tiempo un padre de familia cariñoso, un trabajador y ex combatiente, y un fanático religioso convencido de estar llevando a cabo una misión divina para limpiar la ciudad de inmoralidad. Es también un hombre torturado y tortuoso, cuya creciente inestabilidad lo va llevando a cometer errores.

Las escenas de los crímenes son brutales e incómodas, como deben ser, y esa brutalidad convive con la cotidianeidad del protagonista y de su entorno. Y esto es quizás lo más perturbador de Holy Spider, no tanto los asesinatos en sí mismos (aunque también) sino todo lo que sucede una vez que el asesino es atrapado: la reacción de parte del público que lo defiende, justifica e idolatra; la corrupción de la policía y de un sistema judicial con doble moral; la transmisión a las nuevas generaciones de valores de odio que naturalizan la misoginia, la discriminación y el crimen como acto de justicia por mano propia. En ese sentido, el testimonio final que cierra la película deja en claro que el futuro luce bastante oscuro y la realidad casi imposible de cambiar.

Por Enrique Buchichio para Cartelera.com.uy